Cuando el pequeño Óscar cumpla tres años, le compraremos un tambor.

El Tambor de Hojalata

De nada se puede escribir con tanta pasión como de lo que se ha perdido para siempre; la literatura surge para compensar una carencia.

Günter Grass

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De acuerdo a uno de los textos que aparece en la colección Los Once de la Tribu, de Juan Villoro, Günter Grass nació en 1927, bajo el signo de Libra y en la ciudad de Danzig, que es la localidad donde se desarrolla gran parte del relato de El Tambor de Hojalata.

Desde muy joven, Grass se formó como escultor y dibujante, y fue en 1956 cuando tuvo su primera incursión literaria con el libro de poemas, Las Ventajas de las Gallinas de Viento.

Antes, cuando tenía 16 años, “recibió un uniforme del ejército del Reich” y a los 17, el día del cumpleaños de Hitler, fue herido en el frente de batalla.

Hace algún tiempo, la revelación de que había formado parte de la SS Nazi le atrajo muchas críticas.

Sin embargo, él alegó que lo había hecho en contra de su voluntad (después de todo, apenas era un morrito de 17 años). Dio más detalles respecto a este suceso en su autobiografía Pelando la Cebolla, misma que me recomendó la Karyfriend y que espero leer algún día.

En la entrevista con Villoro, Günter Grass (Premio Nobel de Literatura 1999) habla de que le gusta escribir de pie y sin computadora de por medio, lo cual me hace pensar que para cuando terminó de escribir el Tambor de Hojalata en un sótano de París (1959) ya se le habían formado piernas de centro delantero, pues al menos en mi edición la novela tiene cerca de 800 páginas.

La verdad es que puede resultar intimidante la magnitud de esta historia. De hecho, después de las primeras páginas llegué a dudar de que pudiera terminarla.

Pero pasada la parte en que se cuentan las vicisitudes de la abuela del personaje principal (por ahí de la página 44), la trama empieza a agarrar vuelo.

Es ahí cuando se empieza a narrar el día en que nació Óscar Matzerath, un tipo que el día de su tercer cumpleaños, cuando su madre le regala precisamente un tambor de hojalata, decide dejar de crecer.

A partir de esta determinación, Óscar se hace acompañar siempre por el redoble de su tambor, mismo que se deja escuchar durante casi 30 años, que es la edad con la que el propio Óscar nos cuenta todo el chisme de su vida postrado en la cama de un sanatorio.

Como buen ignorante que soy, no sé a ciencia cierta qué es lo que simboliza el tambor que acompaña siempre al Oscarín. Dado que su artefacto preferido es rojiblanco, supongo que habrá una relación con la bandera de Polonia y los conflictos que ha tenido esta nación con Alemania.

Pero esa es una suposición muy simple, así que no me hagan mucho caso.

Lo que sí puedo asegurar es que la historia de Óscar ocurre antes, durante y después de que los Nazis cumplieron el sueño de Pinky y Cerebro de poder dominar el mundo bajo la batuta de otro señor con bigote chistoso (Hitler).

Es en esta época en la que Óscar Matzerath, cuya estatura hasta los 30 años era de 1.21 metros, va poniéndole el soundtrack a su vidorria con el tun-tun-tun de su tambor.

Es así que sabotea un mitin de los nazis, que trata de obligar a Jesús a que toque el tambor como él o que desarrolla otro de sus talentos (el de vitricida), que es el de hacer añicos con su voz cualquier vidrio que no le simpatice.

De hecho, encontré en youtube un fragmento de la película en el que Óscar se pone punk con su profesora luego de que ella trata de quitarle su juguete preferido:

Creo que el propósito de toda reseña es hacer que alguien que no haya leído el libro se anime a hacerlo. La verdad es que es difícil lograr una proeza de este tipo, sobre todo si el Tambor tiene la característica de ser un tabicote.

Pero en fin, espero haberles contagiado aunque sea un poquito del entusiasmo y el gusto que obtuve al leer esta novela, cuyo rasgo más destacado, al menos a mi parecer, es la capacidad de conjugar lo grotesco con lo enternecedor.

Porque vaya, Óscar Matzerath es un gnomo con joroba que además de posar desnudo para una academia de arte, truena los furúnculos que se le forman en la nuca a un fabricante de lápidas, hace que un grupo de ancianos se haga pipí en los pantalones con el sonido de su tambor o toca jazz en un club (El Bodegón de las Cebollas) donde la gente, en lugar de tomarse un trago, pela cebollas para poder llorar, porque se viven tiempos en los que la gente ha olvidado cómo llorar.

Eso es con lo que me quedo, con la capacidad de encontrar belleza en aquello que a primera vista puede resultar grotesco.

Es eso y es también el hecho de que asocio el Tambor de Hojalata con cosas buenas para mí, como mi paso en el Reforma, donde de hecho una compañera fue la que me prestó el libro (muchas gracias Abi), el cual prometo regresar en breve.

Y ps ya, si pueden le echan un ojo y aquí lo platicamos.

8 Comments:

  1. Rackve said...
    pues la pelicula no la conocia y me dieron ganas de leerlo pero tengo un afila muy larga de libros, lo anotare
    tazy said...
    yo lo empecé a leer, pero pos no era mío y lo regresé... y no lo acabé... me lo prestas y luego lo devolvemos?
    Taquero Narcosatánico said...
    A mi me lo prestó mi hermano, pero me lo quitó porque se lo estaba maltratando. Snif, no lo acabé y me estaba gustando mucho. Algún día lo compraré y maltrataré todo lo que quie... digo, lo cuidaré con mi alma.
    Gade Herrera said...
    Algún día leeré al Gunter... sin que me acuerde de ese comercial de "Gunter, mañana fiesta en tu casa..." ja

    Saludos.
    Xavysaurio said...
    deja que terminen mis examenes y ya veo que leo.

    buaaa examenes =(
    Aleita! said...
    De verdad es un gran libro
    Pillo said...
    La peli es malisima, lentisima,mas que el libro, el principio del libro rifo, despues ya se volvio en mi valium de la noche, te juro, que bueno que solo viste un fragmento de le peli, si no te desmayas...
    Homo libris said...
    Yo estoy leyendo ahora La Ratesa y me está encantando. El tambor de hojalata es un libro que me ha llamado siempre la atención, desde que conocí a Günter Grass gracias a Círculo de Lectores. Me lo apunto entre los pendientes, ahora sí, de leer.

    Un saludo.

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