Qué bonito es señalar los errores de los demás. Ver un partido de fútbol, y pendejear al Venado Medina porque las falla todas. TODAS. Mofarse. Regodearse en las fallas del otro. ¿Pero qué tal cuando uno es el criticado? Ahí sí, no nos gusta. O resulta muy complicado mantener una actitud zen, del tipo: "dude, yo estoy en equilibrio con el universo, no me importa lo que me digas, amor y paz, mi hermana es tuya".

La situación se torna más complicada cuando escribes, actúas, cantas o te expones a un público que exige lo mejor de ti. ¿Cómo diferenciar aquellas críticas venenosas (me sentí como Aracely Arámbula), de las que en verdad tratan de aportarte algo? ¿Cómo evitar que tus propias inseguridades terminen por comerte?

Lo digo porque, en el periodismo, y más en época de las redes sociales (que son lo de hoy, we), todos están listos para cuestionarte, y señalar cualquier error, el más pequeño. Repito, algunos lo hacen de buena fe, y qué bueno que lo hagan. Mientras los lectores sean más críticos, tendremos mejores medios. PERO, muchos otros lo hacen por envidia, mala leche, e incluso por consigna. Son reventadores.

Supongo que lo importante es tener bases sólidas, argumentos para defender tu trabajo. Y un equipo que esté detrás de ti, para apoyarte. Además, también hay que estar a las vivas para no caer en lo contrario. Y decir: "Soy chingón y nunca me equivoco". No cae mal un poquito de humildad. La necesaria, nomás.

Y ya. Siento que este post está en la onda de Martha Debayle. Mejor le paro. Y les pongo una rola del Holy Bible de los Manic Street Preachers, que me recomendó Pelinni. "She is suffering":


Lo del título no lo digo yo. Pero muchas personas en México, ante la falta de oportunidades, la impunidad, y la baja remuneración de los empleos formales, llegan a tomar esa decisión, la de unirse al crimen organizado, en sus diversas ramas.

Para ilustrar lo anterior, podemos mirar los datos publicados el día de hoy en el periódico La Jornada:

“Alrededor de 60 por ciento de los jóvenes de entre 12 y 17 años que habitan en las zonas de mayor violencia generada por el narcotráfico –en 13 entidades federativas– consideran que los capos y los grupos criminales son una alternativa de vida viable y tentadora”

Supongo que, dentro de la estadística anterior, presentada por el investigador Edgardo Buscaglia, del ITAM, hay muchos integrantes de la legión Nini, jóvenes que ni estudian, ni trabajan.

En otra nota de La Jornada, se dice que en México:

“Sólo 36.85 por ciento de la población de entre 15 y 29 años estudia, es decir que más de 60 por ciento de los jóvenes en edad de estudiar (alrededor de 18 millones 443 mil personas) no pueden hacerlo, además de que 22 por ciento (más de 7 millones) de las personas entre 12 y 29 años no estudia ni trabaja”.

Pero el tema va más allá del acceso a la educación. Coincido con lo que escribió Salvador Camarena en una de sus columnas: “se ha esfumado la promesa social de que estudiar sirve”. ¿Para qué? Si gano más vendiendo droga. Secuestrando. Robando.

Incluso aquellos que tienen una licenciatura, o un grado superior, pueden llegar a preguntarse qué caso tuvo estudiar, si ganan muy poco, y no tienen oportunidad de crecer, porque no existe la movilidad social. Entonces, toma fuerza la tentación de unirse al “lado oscuro”. O de plano irse del país.

Al caldo de cultivo que impulsa la vida criminal en México, se agrega la impunidad. En todos los ámbitos. Incluso en la política y la administración pública. Si ves que el gobernante puede hacer marranadas, e hincharse de dinero, ¿por qué no hacer lo mismo?

Puede sentirse el mismo impulso cuando se es víctima de un crimen. ¿Por qué llevar una vida honesta, si a cada rato te van a extorsionar, si van a secuestrar a tus familiares, y la policía y el ejército no podrán protegerte? Puede aplicar aquella frase de “Si no puedes contra ellos, úneteles”.

Es un asunto complejo. Pensemos en el panorama de un joven del país, de Sinaloa o Tamaulipas, que no tiene recursos, ni educación. ¿En qué está pensando en este momento? ¿Admira al Chapo igual que al Chicharito Hernández o a Cuauhtémoc Blanco?

“Es la economía, estúpidos”. Y también la educación. Somos todos. ¿Qué estamos haciendo para detener la espiral de violencia? Para que nadie diga “quiero ser narcotraficante”. O ladrón. O secuestrador. ¿Basta con un cambio en el Ejecutivo? ¿Se va Calderón y se limpia en automático nuestra descomposición social?

Ayer asaltaron a una amiga en un centro comercial. Dos tipos la abordaron, la amenazaron con un arma, y la retuvieron durante unos minutos hasta dejarla en el estacionamiento. Le quitaron sus pertenencias, y además trataron de amedrentarla, diciéndole que conocían su domicilio.

¿Por qué ocurren estas cosas, y otras mucho peores? ¿Por qué nos acostumbramos a ellas? Sí, vas y denuncias. ¿Pero quién te asegura que los policías no están ligados con los grupos delictivos? Además, no sé su caso, pero la vez que denuncié un robo, me trataron como si yo fuera el criminal. Salí más asustado tras haber acudido a las autoridades.

Hay algo podrido. Algo que va más allá de quejarse del gobierno. Valdría la pena mirarnos al espejo, como sociedad, como mexicanos, y preguntarnos qué es lo que nos ocurre. ¿Nos importa respetar la ley? ¿Consumimos droga y luego nos quejamos por las balaceras? ¿Somos hipócritas?

Hasta aquí un poco de lo que pienso respecto a la situación que vivimos. Tal vez exagero. Hay quien afirma que el panorama no es tan desolador. Que es una percepción que se genera en los medios.

¿Ustedes qué opinan?

Pero no pudo. La musa se le negó. Quiso contar lo que observó anoche (oh, la embriaguez, y la encueradera emocional). Relatar una de los mejores pláticas que ha tenido con su padre. Exponer las similitudes entre los personajes femeninos de las novelas de Murakami (Midori, Sumire -está leyendo Sputnik, mi amor- y la chica que vende pelucas en La Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo). Y de paso revelar la fecha exacta del fin del mundo, para que todos renuncien a sus empleos. Pero no tuvo inspiración, o agallas, para escribir el mejor post que haya escrito jamás. Veremos si lo hace un poco más tarde. Por lo pronto, se prepara para salir. Al cine, y luego a festejar a un amigo (oh, la embriaguez, y más encueradera emocional), que por fin se dignó a leer su blog. Yo soy una modelo sueca con la que pasó la noche. Blogueo este texto mientras él se baña. Espero que no se moleste. Aprovecho para mandar un saludo a mi familia en Ostersund. Cuida esas reumas, abuela... huuuy, aquí viene. Me voy. Un gusto saludarlos.

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