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Vayan. El reto era escribir una minificción basada en Personajes de Rolas.

Yo escribí algo titulado Piedras rosando tus senos. Aquí está la versión que corregí en base a las sugerencias de Paulina Alfaro (muchas gracias):

Las manos de aquel hombre presionaban su cuello. Estaba segura de que iba a morir. Desde su posición, con la cabeza recostada en el pavimento, podía observar aquellos ojos flamígeros, amenazantes, pero también un cielo límpido, reconfortante. Iba perdiendo el aire. Le quedaban minutos, segundos.

Salió del bar al amanecer y, tal como era su costumbre, le dio por vagar. Así procuraba olvidarse de todo. De sus padres. Del accidente. De la orfandad. Del tío que se metió una noche en su cama. De la vida en la calle. Del escarnio. De las bolsitas con resistol.

Aquel energúmeno seguía estrangulándola. No había querido follar con él. No ese día. No en su cumpleaños. ¿Realmente iba a morir? Esa mañana no había ni una nube en el cielo. Y ella estaba ahí, tendida sobre la calle, con los ojos bien abiertos, como una muñeca de hule, de plástico.

A la distancia, pasó un auto que llevaba el estéreo a todo volumen:

Cuántos ojos
te han mirado a los ojos
los mismos que al mirarte
se han burlado

Ella alcanzó a sonreír. Luego el sonido fue agonizando, hasta desaparecer.

Salgo de casa. Voy hacia la estación del Metro. En mi recorrido, me topo con un sujeto que me pide “un varo”. Lo ignoro. Trabaja, pinche huevón (le diría mi padre). Hace frío. Todavía no amanece. Me froto las manos. ¿Tengo boleto o debo comprar uno?

A un costado de la avenida, acá por Valle de Aragón, unos tipos se preparan para vender periódicos. Muerte en la portada, un titular “jocoso”, y en la cara opuesta una chica con un culo galáctico, a la Real Madrid.

Ya en el vagón, la gente sigue debatiéndose entre el sueño y la vigilia. Unos se quitan las lagañas, otros bostezan. Hay quien escucha el radio, quien lee tragedias en el diario, o quien se refugia en la novela de moda (¿cuántos capítulos más de vampiros adolescentes?).

Mis audífonos no sirven, así que me dedico a observar. ¿Qué ocurre con la vida de todos los que vamos en este vagón? ¿Somos muy distintos? ¿Cómo nos trata la vida? Hey, tú, la chica de la blusa rosa, a la que se le alcanza a ver un sostén amarillo, ¿tienes empleo? ¿Novio? ¿Qué piensas desayunar hoy? ¿Cómo lo alimentas? (me refiero a su mascota).

Un sujeto moreno, que lleva un pantalón de mezclilla un tanto sucio y raído, va durmiendo recostado en una de las puertas. Mi máquina de prejuicios me dice que es un hombre con un trabajo difícil. Quizá albañil. Sus manos están maltratadas. Usa una gorra de los Yankees.

Junto a él, una chica de gafas con montura púrpura, cabello rubio, de labios brillantes y ojos color miel, se comunica con un teléfono celular de pantalla táctil. De nueva cuenta, mi máquina de prejuicios me dice que es una niña mimada, una de esas que se compran ropa de marca y a las que les fascina el sexo con extraños... Momento. Eso último fue de mi máquina de lujuria. La de prejuicios me ha estado fallando.

En el vagón, cada uno de nosotros carga una historia de vida. Unos bajan, otros suben. Algunos siguen el viaje. Hay otros que no van hacia ningún lado. Sólo quieren moverse. Yo bajo en Garibaldi.

De nuevo estoy en la calle, donde comienzo a percibir el olor de animal muerto. Sangre. Tacos, quesadillas, sopes. Restos de animales que saciarán nuestro apetito. Gorditas de 10 pesos. En los puestos de revistas, más sangre, más sexo. Dorismar desnuda en la revista H. Kim Kardashian en bikini en la portada de El Gráfico. Junto a ellas, una revista cuyo título en español no se anda con contemplaciones: Culos.

Sigo caminando, ya cerca del Eje Central. En un puesto venden la pluma de Antonella, las estampas del álbum de Patito Feo, fotos de Dana Paola. Su libro para colorear. La ciudad es un tianguis. Es muchas cosas. Unas chicas de una escuela de computación te coquetean para que aceptes su propaganda. Tampoco las pelo.

Sigo caminando. 30, 50 pasos. Hasta que llego a mi destino. Entonces me pongo nervioso. Porque ella tiene un arete en la nariz, nunca se peina, está muy flaca y me gusta mucho. Me saluda con un beso en el cachete. ¿Será muy aventado invitarla a un hotel? Mejor empezamos por ir al cine.

Vengan, jalen una silla, siéntense a un lado aquí, donde pegue el sol. Hoy voy a sincerarme un poco con ustedes. Trataré de no azotarme demasiado.

La verdad es que soy hijo de Michael Jackson. Pero eso no es lo que más me preocupa.

Siempre he envidiado a las personas que tienen muy claro qué es lo quieren hacer con su vida. Aunque sea por imposición, pero lo saben. Incluso puede ser que sus aspiraciones sean de corto alcance. Mediocres, si quieren llamarlas así. Pero al menos no los agobia el desasosiego de la incertidumbre.

Bienvenidos al mundo de la insoportable levedad del ser. Viva la improvisación.

Ya tengo 25 años y no sé hacia dónde voy. No tengo un plan. No sé si quiero casarme o tener hijos. No sé si quiero una casa o un departamento. No sé de qué color es el auto de mis sueños. No sé si quiero un Wii o un Xbox 360. Ando a la deriva.

¿Y saben cuáles son las consecuencias de eso? Además de inquietud, obtienes apatía. Como lo mencionaba en el post anterior, pierdes pasión. Te conviertes en un Coyote sin Correcaminos. Te va comiendo la indiferencia. Al menos eso es lo que yo he experimentado.

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Lo que más me preocupa en este momento es el aspecto profesional. La verdad es que tengo miedo de haber elegido la licenciatura equivocada. Al menos dentro de ella no he encontrado un ámbito en el que pueda decir “hey, esto es lo mío, aquí realmente puedo hacer algo bueno”.

El otro día Chris Rock explicaba la diferencia entre tener una carrera y un empleo. Cuando tienes un empleo, dijo, miras el reloj a cada rato para saber cuánto falta para salir. Cuando tienes una carrera, miras el reloj porque no te da tiempo de hacer todo el trabajo que tienes en mente.

Necesito encontrar una carrera. Durante la universidad, y hasta el día de hoy, he tratado de pensar que es cuestión de paciencia, que las circunstancias me irían mostrando el camino (quizá ahí el error). Pero el tiempo pasa, y cuando te das cuenta ya llevas 3 meses en un empleo “temporal”, y comienza a presionarte la idea de que en tu próximo pastel de cumpleaños habrá 26 velitas.

Ahora que lo pienso, Scarlett Johansson (grrrr) interpreta a dos personajes que pasan por un dilema similar. En Perdidos en Tokio, Bill Murray le pregunta a qué se dedica. Ella, que había estudiado filosofía, le responde: “I’m not sure yet, actually”.

Si mal no recuerdo, luego él le responde que se tome su tiempo, que todo saldrá bien.

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En Vicky Cristina Barcelona, da la impresión de que Scarlett encuentra su carrera en la fotografía. Pero luego se da cuenta de que es un espíritu errante, que lo suyo no es la estabilidad, entonces abandona a la pareja que impulsó su creatividad con la lente.

En ambos casos, el espectador debe especular cuál será el destino de los personajes. En este blog, ustedes pueden pronosticar si acá su servilleta encontrará una carrera o vocación que lo haga feliz. ¿O acaso será demasiado tarde?

Ah, y no, hacerla de botarga del Dr. Simi no es lo mío. El traje me saca ronchas. Chale.

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Con la cuestionable excepción de Jesús de Nazareth, el primer rockstar de nuestra era, los fans de todas las épocas han tenido que lidiar con un desagradable inconveniente: sus ídolos tienden a morir para no regresar jamás.

Ante el deceso, a muchos fans sólo les queda el culto a la imagen en la playera, al autógrafo mal garabateado, al pepsi-vaso, al luchador con la manita levantada, al disco de grandes hits, a la obra misma del artista, del pensador, de la celebridad, del mesías.

Para otros, la muerte del ídolo sólo es un subterfugio mediático, de ahí que no les resulte extraño encontrarse en el súper a Pedro Infante o a Elvis Presley comiendo hamburguesas en algún McDonalds de Munich.

Incluso hay quien cuestiona el dictamen de Nietzsche, y cree que Dios vive en todas partes. Larry King presentó un video en el que el espíritu de MJ deambulaba por el rancho de Neverland.

¿Fue MJ el último ídolo pop a nivel global? ¿Qué provocó que millones de personas vieran por televisión o por internet su despedida en el Staples Center? ¿Morbo o auténtica devoción por su música, por su baile, su talento?

¿Qué son los ídolos? ¿Para qué sirven? ¿Será cierto que la tecnología los mandó al olvido?

Hace unos días plantearon esta pregunta en un programa de espectáculos (Tal Cual, de MSV Radio): ¿Las nuevas generaciones ya no tienen ídolos? Alguien llamó para decir que su ídolo era William Levy. Otro dijo que el suyo era Mazinger Z.

Julio Martínez, conductor de Reactor 105.7, mencionó la imposibilidad de que se repitiera otro fenómeno como el de Michael Jackson, debido a que ahora existe un público hiper-especializado. La red y la televisión pagada ofrecen tantas opciones, que es difícil que compartas con tu vecino el entusiasmo por alguna personalidad.

A eso se puede agregar la obsesión posmoderna por la subjetividad y el esnobismo exacerbado: yo no voy a escuchar lo mismo que tú, porque tú eres un naco.

Quizá ya no hay ídolos porque ya no hay fans. La palabra fan se ha devaluado mucho. Cualquiera dice ser fan de algo. Al menos por una semana, acaso 15 días. Depende de lo que tarde en salir la nueva película de vampiros púberes.

¿De qué sirve conocer la discografía de los Beatles? ¿Para qué memorizar pasajes enteros de la Biblia? Si lo tenemos todo a un click de distancia, ¿para qué clavarse? Puede ser que ya no exista nada por lo que valga la pena apasionarnos. Si ya escuchaste el sencillo, ¿para qué quieres el disco completo?

El ídolo murió. Sigamos haciendo el moonwalk.

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Pues ya, el PRInosaurio volverá a tener mayoría en la Cámara de Diputados. Y no sólo eso. Tal como apuntan algunos diarios, puede decirse que arrasó, que se llevó el carro completo. Ganó 5 de las 6 gubernaturas que estaban en juego. Sonora todavía está en veremos.

A mí me parece que el triunfo del PRI es un retroceso para el país. Creo que ese instituto político representa toda la podredumbre de la clase política mexicana, las trampas, los subterfugios, el gatopardismo. El que no transa no avanza. Todo eso.

El PRI, ese partido que encarnó la llamada dictadura perfecta, controlará la Cámara baja en pleno año del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución. Se me hace un contrasentido.

Lo malo es que el resto de las opciones no ofrecían una expectativa más estimulante.

Me decepciona ver en lo que se ha convertido el PRD, la debacle de la izquierda mexicana, los excesos de López Obrador, la desaparición del Partido Socialdemócrata.

Claro que no todo fue negativo en la jornada electoral de ayer.

Me agradó el voto de castigo para la incompetencia del gobierno de Felipe Calderón. También que no se hayan reportado irregularidades graves en la captura y conteo de votos, aunque seguramente a nivel local habrá algunas excepciones. Iztapalapa no ardió.

Quedan por resolver los excesos mediáticos que hubo en las campañas. Televisa y TV Azteca infringieron la ley electoral cada vez que quisieron (hola, partido Verde). El apoyo a Peña Nieto de parte de Televisa, habría influido en la victoria que tuvo el PRI en el Estado de México.

También rescato los niveles de participación. No son los deseables, pero al menos superaron los del 2003. Hay que seguir insistiendo en eso. Pienso que el abstencionismo en deleznable. Es algo muy distinto a anular el voto en forma consciente.

El movimiento por el voto nulo también fue interesante. Con la polémica que generó, hizo que muchos que normalmente no se interesan por la política reflexionaran sobre la importancia de su voto. Puso sobre la mesa el tema del descontento con los partidos políticos y la reelección de legisladores, además de que motivó muy buenos textos, como el de Chila (siempre Chila).

Creo que otra vez vale la pena destacar la cobertura blogger y twitter en torno al proceso electoral. Hubo mucho humor, pero también comentarios acertadísimos, o incluso denuncias de irregularidades, como la de Tazy (otra buenaza).

Lo de la devastación de la izquierda también puede dejarnos algo bueno. El hecho de que esté en ruinas (hablo de la izquierda que se constituye en un partido político), puede ser una oportunidad para reconstruirla con bases más sólidas.

Como dijo Jack, sí, otra vez cito a un personaje de Lost, jojo: “todos tenemos derecho a empezar de cero”. Quisiera pensar que podemos replantear la izquierda, e ir plantando semillitas para que resurja en un futuro.

Quizá peco de optimista.

Ya por último, en lo personal, me quedo con la imagen de mi abuelo celebrando el triunfo del PRI con la idea de que ellos “sí saben cómo hacerlo”. Respeto mucho sus preferencias políticas. Yo sé que le tocó vivir otra época. Pero ese gesto me confirmó que con el triunfo del PRI retrocedimos en el tiempo.

Y eso, niñas y niños, es todo lo que quisiera comentar respecto a las elecciones del domingo.

¿Ustedes qué piensan?

 

El deseo puede llevarnos a tocar constelaciones, pero también puede provocarnos noches y noches enteras con el ojo pelón.

Let me explain myself.

El sábado fui a comer unas enchiladas con una de mis mejores amigas.

Estábamos en el Sanborns de los Azulejos, cuando surgió el tema de nuestras frustraciones (los dos somos bastante amargosos).

Ella es una mujer muy exitosa. La admiro mucho. No sólo se graduó con honores, sino que también tiene un empleo que muchos quisieran tener.

Sin embargo, no está satisfecha.

Entonces, para ejemplificar el deseo como causa de agruras, utilizamos unos cubiertos.

Supón que llevan a tu mesa un cuchillo y un tenedor. Estás contento con ellos. ¿Pero qué tal si en la mesa de al lado, además del cuchillo y el tenedor, alguien tiene una cuchara?

Seguramente vas a desearla. Tal vez no la necesitas, pero ya te entró la cosquillita, y quizá las enchiladas que pediste ya no te sepan tan ricas.

Y luego, supongamos que le hagas ojitos a una de las meseras y consigues la cuchara. ¿Así estarás contento? ¿Era la felicidad aquella cuchara? Lo era hasta que descubres que puedes tener una cuchara de plata, o con MP3...

Eso pueden extenderlo a otros ámbitos. Muchos buscarán un mejor empleo, un iPod con más capacidad, bajar de peso, una pareja, o una novia más bonita, con más bubis.

¿Dichosos los conformes? ¿Los mediocres?

¿Qué es lo que mueve al hombre a desear algo más? ¿Será el espíritu universal del que hablaba Hegel? ¿La humanidad ha progresado para bien? ¿Somos más felices que aquellos hombres que vivían en las cavernas?

Hablo de que somos insaciables.

Díganme si me equivoco, pero muchos de nosotros despertamos todos los días esperando que lo que es, no sea, y lo que no es, sea.

Somos seres inconformes. Ambiciosos.

Ahí nos distinguimos de los animales. ¿O habrá algún oso inconforme con su vida? ¿Existirán hormigas como la de aquella película en la que participó Woody Allen?

¿Por qué no aplicar las máximas budistas? Si el deseo es frustración- dolor, ¿para qué desear?

En un episodio de Lost, Sun pierde su anillo de bodas y se angustia hasta las lágrimas. Lo busca por todos lados, pero nada. Lo cree perdido. Entonces habla con John y éste, con rostro beatífico, le dice que la mejor forma de encontrar algo que hemos perdido es dejar de buscarlo.

Horas después, cuando Sun ya se había resignado, encuentra su anillo casi por casualidad.

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¿La vida es eso que ocurre mientras estamos ocupados haciendo planes?

¿Qué es la vida sin deseo?

Emilia, la protagonista de Todo Nada, la primera novela de Brenda Lozano, menciona que en algún momento deseó ser como la mujer que hacía las labores domésticas en su casa, quien chiflaba feliz alguna melodía al momento de trapear el piso.

En lo personal, también me he sentido atraído por la vida humilde, rústica y sin complicaciones.

Mi lado bucólico me inclina a pensar que yo sería muy feliz siendo una especie de campesino bibliófilo. Me imagino teniendo una cabaña, leyendo todo el día, jugando con mis animales, cantando con mi novia. Sin competir ni avasallar a nadie.

Pero ahí está otra vez, el deseo de tener otra vida, el “seguro así sería feliz” del que habla Julieta Venegas.

Es muy probable que, por sí mismo, el deseo no vaya en detrimento de nuestras existencias. Al contrario, puede ser que nos impulse a no estancarnos.

Quizá la trampa esté en tomar deseos ajenos (¿de nuestros padres?), o en apropiarnos de algunos que están fuera de nuestro alcance, como muchos de los que tratan de injertarnos los medios de comunicación.

En fin, todo lo anterior me lo sugirió la lluvia, porque hace un rato, cuando estaba frente a la Torre Latino, viendo las gotas caer sobre los autos y el pavimento, mientras escuchaba una rola de Grisli Ber (Two Weeks), entré en una especie de estado chairo-zen.

Uno de esos raros momentos en que no deseas nada, y estás en paz contigo mismo. Hasta recordé una frase de Herman Hesse: “tu alma es el mundo entero”.

Les juro que no me metí nada. ¡Sólo comí unos panditas con yogurt!

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