Ahí estás, en tu lugar de trabajo. Escribiendo. Una. Dos. Tres palabras. Todo bien. Te congratulas por estar cumpliendo con tu labor. Te complace la textura de la hoja que recorre tu lápiz. El color del grafito. Recuerdas lo complicado que era este proceso, cuando comenzaste. Te daba temor. En cambio ahora: fluyes. Ya no te sudan las manos. Ni sientes dolor de estómago. Piensas en eso. Te remontas a aquellos días. Y luego vuelves a mirar con atención: hay algo. Ruido. Bruma. Otra vez las palabras parecen insectos, que se devoran unos a otros. Y que te miran. No eres capaz de dominarlos. Uno de ellos está a punto de morderte… Entonces (no hay de otra) te apresuras a borrar. Arrastras la goma con torpeza. Arriba. Abajo. Lleno de frustración. Hasta que vuelves a toparte con la hoja en blanco. Qué horror. Prefieres huir. Así que sales al patio. Corres. Buscas tus juguetes favoritos. Inventas una historia. Y luego llega tu madre. Te pregunta cómo te fue con la tarea. Bien, le respondes. De inmediato te sientes mal por haber mentido. Ella te contempla. Con la misma expresión de siempre. Te deja solo.

BlackSwan2

Ayer fui a ver Black Swan. Y como ya lo dije en Twitter, me impresionó la actuación de Natalie Portman. Es casi un hecho que se llevará el Oscar a Mejor Actriz. Y se hará justicia. Porque su trabajo es impecable.

Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, El Luchador) le dio la oportunidad de interpretar a Nina Sayers, una bailarina de ballet obsesionada con alcanzar la perfección.

En el inicio de la cinta, Nina parece tener todo bajo control. Es una joven dulce y frágil (como muchos imaginamos que es la propia Natalie Portman), que complace a su madre al llevar una vida sin “vicios” y llena de logros profesionales.

Sin embargo, ese castillo de la pureza comienza a derrumbarse cuando el director artístico Thomas Leroy (Vincent Cassel) la elige para protagonizar una nueva versión de El Lago de los Cisnes.

El reto para Nina Sayers es que en esa producción no sólo debe interpretar al “virginal, dulce y puro” Cisne Blanco, sino que también debe transformarse en El Cisne Negro, que representa todo lo contrario: maldad y seducción.

“Perfection is not just about control. It's also about letting go. Surprise yourself so you can surprise the audience. Transcendence! Very few have it in them”, le dice Leroy a Nina.

Eso la confronta con ella misma, con su inseguridad, con una madre dominante y entrometida (Barbara Hershey), y con un pasado del que Darren Aronofsky apenas nos da algunos atisbos.

Creo que Natalie Portman lleva muy bien este papel porque de algún modo ella ha vivido algo similar. Hasta donde tengo entendido, en un principio sus padres veían con recelo que ella hiciera escenas “atrevidas”, o violentas, como en “El Perfecto Asesino”, con la que debutó en 1994, apenas a los 12 años.

Además, es muy probable que haya tenido que enfrentar “la dificultad” de tener un rostro bello e inocente. Productores o el mismo público tal vez desearon verla en un montón de comedias románticas o de cintas de acción donde ella fuera la dama en peligro.

Pero Natalie Portman ha optado por correr riesgos, por explorar su “lado oscuro”, y no precisamente en Star Wars, donde la hizo de Padmé Amidala, para deleite de todos los geeks, sino en filmes como “Closer”(2004), de Mike Nichols, o “V for Vendetta” (2006), de James McTeigue.

Natalie

En Black Swan, a la par de su personaje, Natalie Portman da el paso definitivo para pensar en ella como primera actriz, capaz de llevar sobre sus hombros (o sobre sus alas) todo el peso de una cinta, incluso una de un director siempre dispuesto a experimentar, como Darren Aronofsky.

Tengo esa impresión, aunque al parecer esta chica israelí, graduada en Psicología por la Universidad de Harvard, también seguirá participando en megaproducciones que sólo buscan entretener.

Lo digo porque está en el reparto de “Thor”, y en el de “Pride and Prejudice and Zombies”, que veremos en los próximos meses. Además, tiene otro proyecto al que le dará prioridad: cuidar al chamaco que lleva en la barriga.

Envidiemos todos al coreógrafo francés Benjamin Millepied. Pero también aplaudamos a Natalie Portman cuando pase a recoger su premio Oscar a Mejor Actriz. Y a Darren Aronofsky, por haber logrado que Black Swan sea una cinta tan bien lograda.

Al nivel de “El Luchador” (2008), aunque en esta ocasión el relato no es tan crudo, tan visceral. Es un largometraje más femenino (por el tema, por el reparto), lo que le da una estética más refinada, teatral y sutil.

Que incluye una escena lésbica entre Mila Kunis y nuestra querida Natalie… aunque eso no nos importa, ¿verdad? Sí, supuse que esa sería su respuesta. Nos vemos en el cine.

¿Llorar? ¿Robar un banco? ¿Pedirle un consejo a Carmen Salinas? ¿Subastar en internet una cita con tu prima guapa, sin que ella se entere? Son opciones que están ahí, latentes, aunque siempre podrá tomarse un camino que no implique tantos riesgos.

Creo que el primer paso es no perder la calma. Porque sí, está la tentación de enviarle un correo lleno de blasfemias y de “RickRoleo” al jefe que te acaba de despedir. O de tocar el timbre de su casa y echarte a correr. ¿Pero por qué ser TAN radical?

Debes medir tus fuerzas. Establecer un plan de acción. Pensar en que eres joven, guapo y talentoso (tanto, que te acaban de despedir). Por lo que no pasará mucho tiempo antes de que te brinden una nueva oportunidad (cuatro o cinco años).

Después de todo, estamos en México, una tierra de oportunidades, donde a la gente la contratan por su capacidad, y no por tener la recomendación de un diputado del partido ecologista.

Así que lo primero que debes hacer es poner al día tu currículum. Porque esa foto que te tomaste en los 90, cuando pesabas 10 kilos menos y aún tenías fe en la humanidad, ya no le dice a los reclutadores quién eres en realidad.

Creo que tampoco es buena idea usar una de tus fotos de Facebook. Esa donde estás en un Hooters babeando por una de las meseras. Opta por lo básico: saco, corbata y lentes hipsters (para que vean que estás al tanto de la última tendencia, we).

Ya que tienes el currículum, valdría la pena escribir una lista de las empresas en las que quieres trabajar, o el puesto que te gustaría ocupar: 1) Encargado de ordenar la ropa interior de Bárbara Mori. 2) Fotógrafo de la Revista H. 3) Catador de vinos. 4) Gerente de una fábrica de perillas. 5) Amo del Universo.

Listo. Mandas tu CV. Siempre con mucha fe. Y luego esperas a que tu prepa trunca y el curso de inglés de Disney que compraste en un DVD pirata hablen por ti. Pronto volverás a tener empleo… o podrás sacar un calendario como el de las aeromozas de Mexicana, para no pasar apuros.

M


Acabo de leer un artículo de Javier Moreno (@morenobarber), en el que se analizan las razones por las que 80 mil personas han descargado la aplicación de El País para el dispositivo iPad.

Coincido con las conclusiones que se presentan en él. Sobre todo con la idea de que la tecnología no hace mejor ni peor periodismo. Se trata de contar historias, y de hacerlo bien. Así sea con un lápiz y una hoja de papel.

Para ello, se requiere de buenos periodistas. De buenos editores. De profesionales que sepan usar el lenguaje. Y que además tengan conocimientos sobre redes sociales, y otras plataformas multimedia.

A fin de cuentas: todo está en las personas. En capacitarlas bien. En darles una idea clara de lo que es el periodismo digital. Y en brindarles buenas condiciones de trabajo.

¿De qué sirve que un diario tenga aplicaciones para iPad, BlackBerry, Nokia, o iPhone si pondrá ahí contenidos intrascendentes, refritos de su edición impresa, o los textos que escribió un becario sólo para cumplir con una cuota de trabajo?

Los lectores se interesarán en una buena historia, sea cual sea su extensión, con fotos y sin fotos, con video o sin video, con links o sin links, siempre y cuando esté bien contada, e incluya información de calidad.

Del mismo modo en que siempre resultará más atractivo un filme con un buen guión, a una cinta con millones de dólares en efectos especiales. Aunque al final hueca. Insulsa.

¿Vale la pena que algunos medios inviertan grandes recursos en el desarrollo de sus aplicaciones multimedia, cuando sus periodistas no tienen sueldos competitivos, y no están listos para desenvolverse en el ámbito digital?

El reto está en lograr cierto equilibrio. Aunque siempre inclinando la balanza hacia los periodistas. Porque ellos son la tecnología más valiosa para un medio. No la aplicación para el iPad. Esa es mi impresión.




Escuchas una historia sobre Juan Bautista. Las palabras del sacerdote retumban en la Iglesia. Tratas de encontrarles sentido. Pero los recuerdos te hacen perder la concentración.

“Yo no lo conocía”, dijo Juan sobre el hijo de Dios. No conocía a Jesús, a pesar de que era su primo, insiste el padre. Supones que pronto habrá una moraleja, aunque de momento el relato te parece absurdo.

Miras en lo alto una imagen de Jesús, quien sostiene un libro. Ahí se lee: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y piensas en que han sido días difíciles. En que todo se complicó por culpa de unos hijos de puta. En que te noquearon. Y en que será muy difícil que logres levantarte.

“Puedes venir a misa cada domingo, y no conocer a Jesús”, agrega el sacerdote. Y atrás de ti dos mujeres murmuran. Una dice: “mmm, sí, tiene razón el padre”. La otra asiente con un “ajam, es muy cierto”. Y tú piensas que son un par de hipócritas, para luego mirar el trasero de una chica que camina rumbo a la primera fila.

Quieres salir de ahí. No te gustan las iglesias. Son muy frías. Y está ese eco. El crepitar de las bancas. Los cánticos. Mejor dicho, los balbuceos, porque muy pocos se saben la letra. Tú mismo no te sabes ni el PADRE NUESTRO. Ni la señal de la cruz. Pero qué buen trasero tiene aquella chica, piensas. ¿Por qué nunca la habías visto en la colonia?

La misa llega al punto en el que todos deben darse la mano. Manos sudorosas. Grotescas. Con arrugas. Tú sólo le das la mano a quien te lo pide. “La paz”, te dicen. “¿De qué pinche paz me están hablando?”, piensas. “Unos cabrones me acaban de joder la vida”, exageras mientras le sonríes a una de las ancianas hipócritas.

Finalmente la “misa ha terminado”. Sales e inventas una historia a tus familiares. Que tienes que trabajar ese domingo. Todo con tal de no convivir con ellos. Te creen e incluso te dan dinero, para que te compres un refresquito. “Hasta luego, zoquetes”, piensas mientras caminas hacia el Metro Impulsora, sin tener muy claro qué harás después.

Sólo quieres alejarte. Estar solo. En un lugar donde nadie pueda sentir lástima por ti. Por lo que te acaba de ocurrir… y por la muerte de alguien a quien quisiste mucho. Por eso viajas en un vagón de la Línea B. Con un calor horrible. Escuchando a Pearl Jam. Mientras en el piso hay una mancha de vómito.

Como siempre, optas por ir al Centro Histórico. Te bajas en San Lázaro, y de ahí a Pino Suárez. Luego el paseo de los libros, hasta el Zócalo. Es domingo y todas las tiendas de libros están cerradas. Sólo está abierto el local de cómics. Pero en esta ocasión no tienes ganas de hojearlos, así que sigues, hasta salir junto al Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

Tu estado de ánimo es terrible, pero tienes dinero. Algo te dice que debes hacer una pendejada. Tocar fondo. Todavía más. Conservas esa idea de que sólo así podrás levantarte. Desde las cenizas. Entonces vas a un cajero. Sacas tres mil pesos. Y piensas en la peor manera de gastarlos. Mientras caminas por la calle de Madero, entre toda esa gente que parece feliz, decides que no hay de otra: Mujeres. Teiboleras. Putas.

Pero apenas son las tres de la tarde. A esta hora todas están durmiendo. Tienes que hacer tiempo. Comer algo. Te vas por Avenida Juárez, hasta llegar a Balderas. Parece zona de guerra. Hay polvo y cascajo. Porque están construyendo la Línea 3 del Metrobús. Como sea llegas a un Cinemex. Miras la cartelera. E igual: puro polvo y cascajo. Aunque de Hollywood. No te convence. Sales. Y te sumerges en el Metro, en la estación Hidalgo.

¿Cómo matar el tiempo en lo que despiertan las putas? Vaya interrogante. Sabes que estás en un pésimo momento. Sabes que esos cabrones te pisotearon, y tú les sigues el juego. En eso piensas. Así estás. Cuando en el vagón del Metro se sube una chica morena. Y comienza a escupir burbujas, de esas que se te pegan por todos lados. Sientes tristeza por ella. Por todos los que viajan en ese vagón. Por ti. El Metro y la Ciudad de México te parecen el peor lugar del mundo. Bajas en Insurgentes y vuelves a caminar.

Sobra decir que en tu camino encuentras a homosexuales, darketos, emos y coreanos. Incluso en domingo. Siempre están ahí. Aunque el ambiente está más relajado. El sol cae con pereza sobre la zona Rosa. Las chicas del Angus traen pantalones. Todo es más lento. Apenas hay uno o dos carritos donde venden hamburguesas y hot-dogs. Te compras dos, por cierto. Y luego insistes en ir al cine, porque todavía es muy temprano. Estás en Reforma 222. Eliges una película de Woody Allen. Y no porque sea de Woody Allen. Sino porque sale Naomi Watts. Bellísima, como siempre. Lástima que la película sea bastante mala. Aunque te deja una frase que te acompaña el resto del día: “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”

Qué inspirador. Así va todo. Por eso sales del cine y avanzas sobre Paseo de la Reforma. Das vuelta a la izquierda, pasas junto a un montón de bares gay, y luego vuelves a girar hacia la izquierda. ¿En qué calle estás? ¿Londres? Da igual. Encuentras un pelódromo: Foxys. En la entrada hay dos rufianes. Uno tiene jersey de futbol americano. El otro saco y corbata. Par de fracasados. Te invitan a pasar. Les haces caso. Adentro sólo hay dos señores. Uno está con una teibolera. La besa, le agarra las nalgas. Es repugnante. El otro tipo está solo, tomando una cerveza. Tú también pides una. Sólo tres perdedores en ese lugar. Porque apenas son las siete.

Te traen una cerveza. Bebes un sorbo. En las pantallas del lugar, un tugurio que al menos está limpio, ponen hip-hop. Es algo de Doctor Dre. Detrás de ti está el señor con la teibolera. Hablan sobre cualquier cosa. Piensas que te están estafando, porque no hay chicas. Sólo un montón de negros rapeando en la televisión. Y los dos gangsters vigilando la entrada. Desde donde estás, puedes mirar a los curiosos. No entren, quisieras decirles, aquí no hay nada. Y lo peor: la única teibolera se levanta, y desaparece. Entonces el borracho que estaba con ella también se pone de pie, te toma del hombro, y te dice: “no mames, chupando en domingo, no tengo madre”. Y sí, era triste verlo así. Pero sólo le respondes: “está bien, jefe, así llegará como nuevo mañana al trabajo”. Por fortuna no quiere seguir conversando. Se aleja. Te apresuras a tomar tu cerveza. Pides la cuenta: 90 pesos. ¿Por una cerveza? Sí, incluye el servicio. “Pinche robo”, piensas. Sales y te encaminas de nuevo al Metro.

¿Por qué no me voy a casa ahora, cuando todavía no he hecho ninguna tontería?, te preguntas. Algo te dice que no es un día adecuado ni para arruinarte un poquito más la vida. Además, ¿teiboleras en domingo? Te das cuenta de que tu propósito es deleznable. Entonces buscas redención. Una respuesta. Un maldito momento de revelación. Pero sólo llegas a donde comenzaste. A la calle de Madero. Te metes a un Sanborns, porque tienes ganas de orinar. De ahí a la sección de revistas. Hay un señor que obliga a su hija a leer libros cristianos. Qué pusilánime. Seguro es uno de esos cabrones que te jodieron la vida. “Puto hipócrita”, quieres decirle. Pero la niña lee muy bien. Esperas a que termine. Se van y tú le compras un libro a tu hermanita. “Cuando los panteras no eran negras”, es el título.

¿Qué has hecho a lo largo del día? Divagar. Porque no hubo mujeres. Ni tocaste fondo. Mínimo pudiste buscar a algún amigo, para beber. Pero no quieres causar lástima. Eres orgulloso. Y estás hecho trizas. Das pena. De la misa de tu ser querido saliste dispuesto a buscar suripantas. Es decadente. Como la línea del Metro en la que viajas. La Línea B. Que te trae de regreso a casa.

Qué día tan extraño, qué horror, te lamentas. Lo único que valió la pena fue ver a Naomi Watts. Y así fue. Es cierto. Saludas a tus padres. Cenas cualquier cosa. Y subes a tu habitación. Comienzas a leer Los Detectives Salvajes. Te quedas dormido. Sueñas con la chica que viste en la Iglesia. La del trasero bonito. Tu esperanza es verla el próximo domingo. Es todo.



La vida es rencorosa. O el destino. Porque uno siempre paga por los errores que cometió. Tarde o temprano. De las formas más extrañas. Incluso cuando crees que lograste la expiación. Se impone el equilibrio. Tajante. Arbitrario. Sin que lo puedas explicar… al menos durante un tiempo. Porque luego, en un momento de lucidez, miras el retrovisor. Y te das cuenta. Ves las señales. Los gestos. Los presagios. Y ahí está: la simetría. Causa y efecto. Círculos que se cierran, que te atrapan. Serpientes ciegas. Demoledoras. Que no puedes vencer. Que sólo puedes contemplar. Mientras te hacen polvo. Te trituran. Porque sólo así, desde el suelo, puedes levantarte para volver a comenzar.


"Mucho leer a Sor Juana, pero te comportas como una puta". Página 174. Angélica Font, calle Colima, Colonia Condesa, México DF, julio 1976.

"Nunca los había visto tan hermosos. Sé que es cursi decirlo, pero nunca me parecieron tan hermosos, tan seductores. Aunque no hacían nada para seducir. Al contrario: estaban sucios, quién sabe cuánto hacía que no se daban una ducha, cuánto que no dormían, estaban ojerosos y necesitaban un afeitado (Ulises no porque es lampiño), pero yo igual los hubiera besado a los dos, y no sé por qué no lo hice, me hubiera ido a la cama con los dos, a coger hasta perder el sentido, y después a mirarlos dormir y después a seguir cogiendo, lo pensé, si buscamos un hotel, si nos metemos en una habitación oscura, sin límite de tiempo, si los desnudo y ellos me desnudan, todo se arreglará, la locura de mi padre, el coche perdido, la tristeza y la energía que sentía y que por momentos parecía que me asfixiaban. Pero no les dije nada"
Página 189. María Font, calle Colima, colonia Condesa, México DF, diciembre de 1976.

Los detectives Salvajes. Roberto Bolaño.


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