Tomé un café cubano que estuvo yomi yomi, vi una obra de teatro gratis, capturé una muy buena idea de Alejandro Jodorowsky, me hice un examen de la vista, aparté mis gafas, me emocioné con el gol de Darío Verón, y todavía tuve tiempo de ir solo a un table dance y salir vivo para contarlo.

Fue uno de mis mejores sábados. Lo único que puede empañarlo es el hecho de que no tuve con quién compartirlo. Pero uno nunca sabe. Si hubiera ido con alguien más, quizá las circunstancias hubieran sido completamente distintas.

Todo empezó cuando decidí huir de una fiesta familiar que se iba a celebrar en mi casa, en su casa, en La Casa del Ganso.

Le mandé un mensaje a mis amigos para ver si me acompañaban a ver el partido de Pumas en algún baresucho. Pero no pudieron, así que me lancé al Centro de a solapa.

Mi intención era ver una película en el Cinemex que está cerca del Metro Hidalgo. Quería ver la de Russell Crowe, la de Los Secretos del Poder. Pero no estaba en cartelera.

Fui entonces al Palacio Chino. Ahí sí se proyectaba, pero hasta las 7. Igual en el Lumiere, que está en Bucareli. En ese momento eran las 2 de la tarde. Tenía que esperar demasiado. Y pues ni modo que viera la movie de Hannah Montana.

Por eso decidí posponer mi dosis cinematográfica.

Lo chido fue que cerquita del Lumiere, que está en Bucareli 63, hay un café que se llama La Habana. Decidí entrar para ver qué onda, y salí con una muy buena impresión. Es un lugar agradable. Tiene fotos de la isla colgando en las paredes. La mesera que me atendió fue muy amable y el café cubano que me tomé estuvo grrrrr, estupendo.

Creo que volveré a visitar ese recinto. Se me antojó mucho ir y echarme un cafecito al momento de leer un buen libro, cómic, revista o libro vaquero.

Después de eso me lancé al Centro Cultural José Martí, que está afuerita del Metro Hidalgo, para ver si había algo bueno.

Me encontré con una obra de acceso gratuito titulada El Juego de la Vida, la cual, según el programa de mano, es una versión libre de El juego que todos jugamos, de Alejandro Jodorowsky.

Estuvo interesante. Desde un principio te aclaran que es un ejercicio de antiteatralidad: los actores no saben cuál es su papel, no hay guión, y la escenografía es un muro y un sillón forrados con planas del periódico Reforma.

A partir de ahí, te presentan una especie de collage en el que te ejemplifican toda una gama de pensamientos, actitudes y prejuicios que pueden fregarnos la vida, que impiden que recibamos nuestras dosis diarias de caricias.

Uno de los personajes dice: “estoy buscando empleo, aunque sin la menor intención de encontrarlo”. Otro: “soy mexicano, por eso soy bien borracho, si fuera suizo, tomaría leche, no es mi culpa”. Otra: “me muero de ganas de que ese chico me toque las chichis, pero, si lo hiciera, gritaría y no se lo permitiría”.

Es una parodia de los estereotipos. De las ideas rancias. Del determinismo con el que podemos fregarnos la vida. Del “qué dirán los otros de mí si no hago lo que esperan que haga, lo que debo hacer”.

En el segundo acto, te proyectan un video en el que aparecen testimonios de distintas personalidades, como el flautista Horacio Franco.

También sale el subdirector del área de radio y televisión del arzobispado de México, el sacerdote y actor (pues son la misma cosa, ¿no?) José de Jesús Aguilar.

Ahí es donde creo que chafea la función. Porque si hay una institución que no te deja ver la vida como un juego, esa es la Iglesia. ¿No creen?

De hecho en plena obra, en un espacio de interacción entre el director, el argentino Iván Tula, y el público, comenté que no me cuadraba lo de Jesús Aguilar.

El director se hizo wey y nomás me dijo que buscó incluir todo tipo de voces. Pero no me convenció.

De hecho, al final todo se torna en una especie de sesión del club de los optimistas.

El tal Tula se echa un monólogo en el que te dice que puedes cambiar tu vida, que sólo es cuestión de que te lo propongas y tatatá tatatá tatatá.

Esa sería mi crítica, que al final la obra se vuelve un poco regañona y adquiere un tono de libro de autoayuda o de programa de televisión onda Pare de Sufrir.

Ahora bien, entre lo más mejor, a mi parecer, además de las actrices guapas que aparecen en escena, fue que en el video se puede leer un consejo de Jodorowsky, uno que puede ser divertido. Dice así:

Cesa de definirte: concédete todas las posibilidades de ser, cambia de caminos cuantas veces te sea necesario.

Si quieren ver El Juego de la Vida, presentada por el grupo teatral Dos & Cía., hagan acto de presencia el próximo 30 de mayo a las 16:00 horas en el Centro Cultural José Martí.

Después de la dosis teatral, y luego de rifarme dos o tres rolas de unos carnales que estaban rapeando a un costado de la Alameda (era un concierto relacionado con la diversidad cultural), me lancé a Motolinia por unos sopes.

En el camino, en la calle de Gante, vi que varias personas estaban afuera de un restaurante. Lo que hacían era observar en una pantalla la victoria parcial de Puebla 2-0 sobre los Pumas. Estaba cerca el campanazo.

Seguí mi camino. Tenía mucha hambre. Ya saboreaba mis sopes. Pero en eso pasé al lado de una óptica y me dije a mí mismo: “mí mismo, ya estás bien pinche ciego, es ahora o nunca”. Y que me hago el examen. Y que me dicen que tengo astigmatismo. “¿Estigmatismo? ¿Voy a sangrar? ¿Sentiré en mi propia carne el dolor de Cristo” “No, dije astigmatismo”. “Ah” Y que me compro los lentes. Y que me gustaron mucho. Y que me los dan el lunes.

Ese día les enseño mi nuevo look de cuatrojos. O tal vez no. Mñeh.

Total que de ahí di como 10 pasos y llegué a la sopería. Justo cuando entré, que anota Darío Verón el gol del triunfo para los Pumas, el que les dio el pase para la final. ¡De último minuto! Me agradó la idea. Es chido que de vez en cuando pase algo emocionante en el futbol mexicano. Además, no le digan a nadie, pero estoy en un proceso de conversión. Ya no quiero ser águila. Luego les contaré por qué.

De mi lado izquierdo, mientras yo me engullía mi orden de 3 sopecitos con quesillo por 27 pesos, había como 4 pumas gordos y beodos, felices de la vida por el triunfo de su equipo. Yo estaba igual de contento. Había sido un buen día.

Incluso olvidé mencionar otro instante a destacar. Justo cuando hacía mi recorrido del José Martí a la sopería, al pasar por la calle de Juárez, se dejó caer una lluvia finita finita finita, así como de alfileres. Además había sol. Entonces, podías ver los hilitos de agua con un tono especial. No sé, me cuesta explicarlo. Sólo puedo decir que daban ganas de mojarse.

En fin.

Tras haber escrito ya cerca de 6 cuartillas, y con el afán de dar por terminado este que es mi post más largo hasta la fecha, procedo a contar lo del table dance.

Seguramente recibiré críticas de las buenas conciencias. Pero y qué. La vida es un juego.

Fui a uno que está cerca de Garibaldi. Nunca había ido, aunque tenía la noción de que en esa zona había muchos antros de mala, de malísima muerte.

Creo que llegué muy temprano. Eran como las 8. Sólo había uno o dos tipos toqueteando a algunas de las doncellas.

Me senté a ver el show. Pedí una chela. Se me acercaron tres chatas. Que si les invitaba una copa. Yo me hice wey. No tenía lana y, además, no me habían gustado.

Una de ellas me dijo que cada vez que podía se iba de vacaciones a Europa. Alemania, Francia, Holanda. Parecía muy sensata. Me cayó bien. Quién sabe si era choro lo de sus travesías transoceánicas.

En la pista, lo mejor fue una tal Elizabeth. Llevaba una diadema en el cabello, calcetas blancas, falda de cuadritos blancos y azules y una blusa color pastel. Era muy risueña. Esmirriada. Sus senos eran chiquititos. Tenía un tatuaje extraño junto a su bubi izquierda. Bailó una rola de Placebo.

La verdad es que fue extraño ir sobrio a un lugar de esos. Te das cuenta de lo sórdido del ambiente. Percibes olores nauseabundos. En fin, puedes llegar a deprimirte. Antes de que me pasara eso, mejor me fui.

No gasté más de 100 pesos. Al salir, cuando le di 20 de propina al tipo de la entrada (al parecer es obligación), se me quedó viendo feo. Pero entonces uno de sus compas, que tenía pinta de acordeonista de algún conjunto norteño, le dijo: “así está bien”.

Me enfilé por el Eje Central. Seguía lloviendo. Los mariachis perseguían autos. Me metí al Metro, a la estación Bellas Artes. De ahí hasta acá, a la Casa del Ganso. Así es como terminan las odiseas de sábado en la capirucha.

Ya son las 2 de la mañana. Auch.

5 Comments:

  1. tazy said...
    tsssss, sábado distrito federal ay ay ay aaaaaaaaaaaaaay

    me ganaste el domingo decrónicas, nomás por eso no escribiré nada (eso y que no sé de qué escribir)

    yo por eso les envidio caray, me encanta el df y se me hace que muchos de ustedes lo desperdician

    y por último CÓMO CARAJOS QUE TE ANDAS CAMBIANDO DE EQUIPO MI GANSO??? NOOOOOOOOOOOOOOOOO
    Rackve said...
    Tener trabajo en la noche el dia lo ocupas para dormir y ya no haces nada, ja, voy a ir al cafe.
    ge zeta said...
    Te envidio tanto. Envidia con mayúsculas, subrayada, en cursiva y en negrita: así mira:
    ENVIDIA¡Ash, el subrayado no lo pude poner!

    Quiero irme a vivir al DeÉfe porque mi "Sábado Oaxaca Capital" no es tan cool. Jajajaja
    Sidurti said...
    Hola
    Qué rico sábao pasaste,vale la pena estar un ratito solo.
    Ese café Habana es de mis lugares favoritos, incluso cuenta la leyenda que ahí se reunió Fidel y creo que el Che.
    En fin, para que uses analytics pues sólo da tu cuenta de alta, da de alta tu blog y pega el cóigo...te sorprenderán las búsquedas que hace la gente.
    Anónimo said...
    jajaja, chido post, la 1era vez ke visito este blog, no se como llegue, dando hartos clicks creo

    saludos

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