La vida es rencorosa. O el destino. Porque uno siempre paga por los errores que cometió. Tarde o temprano. De las formas más extrañas. Incluso cuando crees que lograste la expiación. Se impone el equilibrio. Tajante. Arbitrario. Sin que lo puedas explicar… al menos durante un tiempo. Porque luego, en un momento de lucidez, miras el retrovisor. Y te das cuenta. Ves las señales. Los gestos. Los presagios. Y ahí está: la simetría. Causa y efecto. Círculos que se cierran, que te atrapan. Serpientes ciegas. Demoledoras. Que no puedes vencer. Que sólo puedes contemplar. Mientras te hacen polvo. Te trituran. Porque sólo así, desde el suelo, puedes levantarte para volver a comenzar.


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