Escuchas una historia sobre Juan Bautista. Las palabras del sacerdote retumban en la Iglesia. Tratas de encontrarles sentido. Pero los recuerdos te hacen perder la concentración.

“Yo no lo conocía”, dijo Juan sobre el hijo de Dios. No conocía a Jesús, a pesar de que era su primo, insiste el padre. Supones que pronto habrá una moraleja, aunque de momento el relato te parece absurdo.

Miras en lo alto una imagen de Jesús, quien sostiene un libro. Ahí se lee: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y piensas en que han sido días difíciles. En que todo se complicó por culpa de unos hijos de puta. En que te noquearon. Y en que será muy difícil que logres levantarte.

“Puedes venir a misa cada domingo, y no conocer a Jesús”, agrega el sacerdote. Y atrás de ti dos mujeres murmuran. Una dice: “mmm, sí, tiene razón el padre”. La otra asiente con un “ajam, es muy cierto”. Y tú piensas que son un par de hipócritas, para luego mirar el trasero de una chica que camina rumbo a la primera fila.

Quieres salir de ahí. No te gustan las iglesias. Son muy frías. Y está ese eco. El crepitar de las bancas. Los cánticos. Mejor dicho, los balbuceos, porque muy pocos se saben la letra. Tú mismo no te sabes ni el PADRE NUESTRO. Ni la señal de la cruz. Pero qué buen trasero tiene aquella chica, piensas. ¿Por qué nunca la habías visto en la colonia?

La misa llega al punto en el que todos deben darse la mano. Manos sudorosas. Grotescas. Con arrugas. Tú sólo le das la mano a quien te lo pide. “La paz”, te dicen. “¿De qué pinche paz me están hablando?”, piensas. “Unos cabrones me acaban de joder la vida”, exageras mientras le sonríes a una de las ancianas hipócritas.

Finalmente la “misa ha terminado”. Sales e inventas una historia a tus familiares. Que tienes que trabajar ese domingo. Todo con tal de no convivir con ellos. Te creen e incluso te dan dinero, para que te compres un refresquito. “Hasta luego, zoquetes”, piensas mientras caminas hacia el Metro Impulsora, sin tener muy claro qué harás después.

Sólo quieres alejarte. Estar solo. En un lugar donde nadie pueda sentir lástima por ti. Por lo que te acaba de ocurrir… y por la muerte de alguien a quien quisiste mucho. Por eso viajas en un vagón de la Línea B. Con un calor horrible. Escuchando a Pearl Jam. Mientras en el piso hay una mancha de vómito.

Como siempre, optas por ir al Centro Histórico. Te bajas en San Lázaro, y de ahí a Pino Suárez. Luego el paseo de los libros, hasta el Zócalo. Es domingo y todas las tiendas de libros están cerradas. Sólo está abierto el local de cómics. Pero en esta ocasión no tienes ganas de hojearlos, así que sigues, hasta salir junto al Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

Tu estado de ánimo es terrible, pero tienes dinero. Algo te dice que debes hacer una pendejada. Tocar fondo. Todavía más. Conservas esa idea de que sólo así podrás levantarte. Desde las cenizas. Entonces vas a un cajero. Sacas tres mil pesos. Y piensas en la peor manera de gastarlos. Mientras caminas por la calle de Madero, entre toda esa gente que parece feliz, decides que no hay de otra: Mujeres. Teiboleras. Putas.

Pero apenas son las tres de la tarde. A esta hora todas están durmiendo. Tienes que hacer tiempo. Comer algo. Te vas por Avenida Juárez, hasta llegar a Balderas. Parece zona de guerra. Hay polvo y cascajo. Porque están construyendo la Línea 3 del Metrobús. Como sea llegas a un Cinemex. Miras la cartelera. E igual: puro polvo y cascajo. Aunque de Hollywood. No te convence. Sales. Y te sumerges en el Metro, en la estación Hidalgo.

¿Cómo matar el tiempo en lo que despiertan las putas? Vaya interrogante. Sabes que estás en un pésimo momento. Sabes que esos cabrones te pisotearon, y tú les sigues el juego. En eso piensas. Así estás. Cuando en el vagón del Metro se sube una chica morena. Y comienza a escupir burbujas, de esas que se te pegan por todos lados. Sientes tristeza por ella. Por todos los que viajan en ese vagón. Por ti. El Metro y la Ciudad de México te parecen el peor lugar del mundo. Bajas en Insurgentes y vuelves a caminar.

Sobra decir que en tu camino encuentras a homosexuales, darketos, emos y coreanos. Incluso en domingo. Siempre están ahí. Aunque el ambiente está más relajado. El sol cae con pereza sobre la zona Rosa. Las chicas del Angus traen pantalones. Todo es más lento. Apenas hay uno o dos carritos donde venden hamburguesas y hot-dogs. Te compras dos, por cierto. Y luego insistes en ir al cine, porque todavía es muy temprano. Estás en Reforma 222. Eliges una película de Woody Allen. Y no porque sea de Woody Allen. Sino porque sale Naomi Watts. Bellísima, como siempre. Lástima que la película sea bastante mala. Aunque te deja una frase que te acompaña el resto del día: “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”

Qué inspirador. Así va todo. Por eso sales del cine y avanzas sobre Paseo de la Reforma. Das vuelta a la izquierda, pasas junto a un montón de bares gay, y luego vuelves a girar hacia la izquierda. ¿En qué calle estás? ¿Londres? Da igual. Encuentras un pelódromo: Foxys. En la entrada hay dos rufianes. Uno tiene jersey de futbol americano. El otro saco y corbata. Par de fracasados. Te invitan a pasar. Les haces caso. Adentro sólo hay dos señores. Uno está con una teibolera. La besa, le agarra las nalgas. Es repugnante. El otro tipo está solo, tomando una cerveza. Tú también pides una. Sólo tres perdedores en ese lugar. Porque apenas son las siete.

Te traen una cerveza. Bebes un sorbo. En las pantallas del lugar, un tugurio que al menos está limpio, ponen hip-hop. Es algo de Doctor Dre. Detrás de ti está el señor con la teibolera. Hablan sobre cualquier cosa. Piensas que te están estafando, porque no hay chicas. Sólo un montón de negros rapeando en la televisión. Y los dos gangsters vigilando la entrada. Desde donde estás, puedes mirar a los curiosos. No entren, quisieras decirles, aquí no hay nada. Y lo peor: la única teibolera se levanta, y desaparece. Entonces el borracho que estaba con ella también se pone de pie, te toma del hombro, y te dice: “no mames, chupando en domingo, no tengo madre”. Y sí, era triste verlo así. Pero sólo le respondes: “está bien, jefe, así llegará como nuevo mañana al trabajo”. Por fortuna no quiere seguir conversando. Se aleja. Te apresuras a tomar tu cerveza. Pides la cuenta: 90 pesos. ¿Por una cerveza? Sí, incluye el servicio. “Pinche robo”, piensas. Sales y te encaminas de nuevo al Metro.

¿Por qué no me voy a casa ahora, cuando todavía no he hecho ninguna tontería?, te preguntas. Algo te dice que no es un día adecuado ni para arruinarte un poquito más la vida. Además, ¿teiboleras en domingo? Te das cuenta de que tu propósito es deleznable. Entonces buscas redención. Una respuesta. Un maldito momento de revelación. Pero sólo llegas a donde comenzaste. A la calle de Madero. Te metes a un Sanborns, porque tienes ganas de orinar. De ahí a la sección de revistas. Hay un señor que obliga a su hija a leer libros cristianos. Qué pusilánime. Seguro es uno de esos cabrones que te jodieron la vida. “Puto hipócrita”, quieres decirle. Pero la niña lee muy bien. Esperas a que termine. Se van y tú le compras un libro a tu hermanita. “Cuando los panteras no eran negras”, es el título.

¿Qué has hecho a lo largo del día? Divagar. Porque no hubo mujeres. Ni tocaste fondo. Mínimo pudiste buscar a algún amigo, para beber. Pero no quieres causar lástima. Eres orgulloso. Y estás hecho trizas. Das pena. De la misa de tu ser querido saliste dispuesto a buscar suripantas. Es decadente. Como la línea del Metro en la que viajas. La Línea B. Que te trae de regreso a casa.

Qué día tan extraño, qué horror, te lamentas. Lo único que valió la pena fue ver a Naomi Watts. Y así fue. Es cierto. Saludas a tus padres. Cenas cualquier cosa. Y subes a tu habitación. Comienzas a leer Los Detectives Salvajes. Te quedas dormido. Sueñas con la chica que viste en la Iglesia. La del trasero bonito. Tu esperanza es verla el próximo domingo. Es todo.

2 Comments:

  1. El Rufián Melancólico said...
    qué triste cuento! Pero hartamente bien escrito. En otra que quiera ir de putas nomás avise pa' acompañar. Saludos.
    El R. said...
    No manches, ¿en verdad te gustó? Qué honor que tú lo digas. Y sí, a la otra vamos juntos. Así nos hacen descuento. Ja.

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